La economía política Fabiana
Paul M. Sweezy
Aquí el trabajo de Bernstein queda correctamente caracterizado como un ataque, más bien que una revisión, del marxismo; y se da el debido reconocimiento a la prioridad de los fabianos.
Creo que no se debe sólo a consideraciones de amistad el que yo
encuentre en el primer ensayo [de Shaw] un estudio de la evolución económica de
la sociedad que, por su clara comprensión y su brillante generalización, no ha
sido mejorado desde entonces en ningún idioma. Pero a través de todo el libro,
lo propiamente económico es, a mi juicio, tan incisivo y perfecto hoy como lo
era cuando se escribió. Contrastado por una generación entera de experiencia y
de crítica, concluyo que, en 1889, nos sabíamos nuestra economía política, y
nuestra economía política era sólida [pág. XVIII]
El marxismo es el fundamento teórico de una gran parte del
actual movimiento socialista mundial, parte que incluye no sólo a los comunistas
y a los recientemente unificados partidos obreros de la Europa oriental, sino
también a partidos y grupos socialistas de izquierda, de tamaño e importancia
variables, en muchos otros países (por ejemplo, los socialistas de Nenni en
Italia y el reciente Parti Socialiste Unitaire en Francia). Pero se puede
preguntar cuál es el fundamento teórico del resto del movimiento socialista
mundial, incluyendo los partidos laboristas de Gran Bretaña y varios de los
dominios, los partidos socialistas de la Europa occidental y una gran variedad
de partidos menores en otros países que muestran una unidad espiritual con la
socialdemocracia británica y europea.
Muchos sostendrían,
probablemente, que esta segunda rama del movimiento socialista mundial no tiene
teoría sistemática en el sentido en que el marxismo lo es. Estrictamente
hablando, esta afirmación se justifica sin duda. Aún hay algunos
socialdemócratas que rinden homenaje verbal al marxismo; pero incluso esto es un
fenómeno cada vez más raro, y resulta ya claro que ningún partido
socialdemócrata puede ya considerarse marxista. Además, no hay un cuerpo de
doctrina generalmente aceptado que desempeñe respecto de la socialdemocracia el
papel que el marxismo desempeña respecto del comunismo y de los movimientos
socialistas de izquierda. Pero creo que sería una equivocación deducir de estos
hechos indiscutibles que la socialdemocracia no tiene ningún fundamento teórico.
Su visión del mundo, sus métodos de análisis económico y político, sus
concepciones tácticas y estratégicas, son demasiado uniformes y persistentes
para permitir una tal interpretación. Puede existir un fundamento teórico —lo
que hoy se llama usualmente
“ideología”— sin que nunca se haya formulado como tal. Este tipo de situación es
un claro desafío para el estudioso de ciencias sociales. Explicitar lo que hasta
ahora había quedado implícito es siempre un paso importante en el camino de la
comprensión y la evaluación.
Si alguien se
decidiera a aceptar este desafío, se vería ciertamente obligado a examinar
material de una gran variedad de fuentes, que se remontarían a más de cien años
en el tiempo y que cubrirían al menos los países más importantes de la Europa
occidental. Pero creo que, casi inevitablemente, tendría que empezar por Gran
Bretaña, que es, por todos los conceptos, la cuna del mayor y más importante
partido socialdemócrata. Tras haber seleccionado Gran Bretaña, pronto llegaría a
la Fabian Society (sociedad Fabiana),
y, habiendo empezado con la Sociedad Fabiana, tendría que emprender un estudio
exhaustivo de su más famosa publicación, los Fabian Essays in Socialism, publicados
por primera vez en 1889 bajo la dirección de George Bernard Shaw y ahora
republicados (por quinta vez) en una edición jubilar, con una posdata de 25
páginas original del propio director[1] Me atrevo a afirmar que los Fabian Essays (Ensayos fabianos)
constituyen la fuente unitaria más importante para entender los fundamentos
teóricos del actual movimiento socialista británico. Las siguientes notas tratan
de ayudar al hipotético investigador (espero que algún día deje de ser
hipotético) a apreciar correctamente al alcance y significado de estos Ensayos. Pero como el espacio de que
dispongo es muy limitado, no intentaré abarcar todos los aspectos de los Ensayos, sino que limitaré más bien mis
observaciones a la economía política de los fabianos.
Antes de proceder a
un análisis de la economía política fabiana me gustaría señalar una cosa que, en
mi parecer, no se ha entendido correctamente: el fabianismo no es un fenómeno
peculiar británico. Por el contrario, apareció un poco más tarde en el
continente europeo, aunque allí revistió un aspecto algo diferente. Para
explicar esta diferencia debemos recordar que, cuando se formó la Sociedad
Fabiana (1883), el socialismo organizado era mucho más fuerte en el continente
que en Inglaterra y, además que el movimiento continental en su mayor parte
había abrazado oficialmente el marxismo. Los fabianos tenían el camino bastante
expedito, mientras que sus equivalentes en el continente encontraban frente a
ellos una ideología socialista firmemente arraigada. Por eso, cuando el
fabianismo apareció en el continente, se le dio el nombre de “revisionismo”,
esto es, de un movimiento basado en una pretendida “revisión” del marxismo. Pero
en cuanto al contenido, el fabianismo y el revisionismo son hermanos de sangre
—o quizá debiera decir “padre e hijos”—, porque tanto la prioridad del
fabianismo como la directa relación entre fabianismo y revisionismo son hechos
demostrables. E. R. Pease, el historiador de la Sociedad Fabiana, se
enorgullece, con razón, de que los fabianos encabezaron un revuelta internacional contra el marxismo. Por lo
que se refiere al continente, Pease nos dice:
La revuelta vino de Inglaterra en la persona de Eduardo Bernstein,
que, exiliado por Bismarck, se refugió en Londres y, durante muchos años, tuvo
estrecha relación con la Sociedad Fabiana y sus líderes. Poco después de su
vuelta a Alemania publicó, en 1899, un libro criticando al marxismo, y de ahí se
desarrolló el movimiento revisionista en favor del pensamiento libre dentro del
socialismo, que ha atraído a los más jóvenes y que, antes de la guerra (la
primera guerra mundial), había logrado el control virtualmente, si no de hecho,
del partido socialdemócrata. En Inglaterra, y en Alemania por medio de
Bernstein, creo que la Sociedad Fabiana puede reivindicar la dirección de la
revuelta.[2]
Aquí el trabajo de Bernstein queda correctamente caracterizado como un ataque, más bien que una revisión, del marxismo; y se da el debido reconocimiento a la prioridad de los fabianos.
Volvamos ahora a los
Ensayos. Son ocho en total (dos de
Shaw y uno de cada uno de los otros seis). divididos en tres grupos. El primer
grupo se titula “La base del socialismo” y contiene un ensayo “económico” de
Shaw, un ensayo “histórico” de Sidney Webb, un ensayo “industrial” de William
Clarke y un ensayo “moral” de Sidney Olivier. El segundo grupo, titulado “La
organización de la sociedad”, contiene “La propiedad bajo el socialismo”, de
Graham Wallas, y “La industria bajo el socialismo”, de Annie Besant. El tercero
y último grupo, titulado “La transición a la socialdemocracia”, se compone de
“La transición”, de Shaw, y “Las perspectivas”, de Hubert Bland. Los ensayos más
importantes, naturalmente, son los de Shaw y
Webb, que ya detentaban la dirección intelectual de la Sociedad Fabiana y que,
junto con Beatrice Webb, que se sumó dos años más tarde, iban a dominar su
evolución durante muchos años. Si tuviera que clasificar a los otros en orden
decreciente de importancia, creo que pondría a Clarke encabezando la lista,
seguido de Wallas, Bland, Olivier y Besant. El ensayo de Besant es, con mucho,
el peor, representando una caída en una especie de utopismo insípido que, en
general, no es característico de los fabianos.
En su valiosa
introducción a la reimpresión correspondiente a 1920 de los Ensayos fabianos, Sidney Webb expresaba
la opinión de que la parte del libro que mejor se ha mantenido es el análisis
económico:
¿Cuál era, entonces, la política económica
de los fabianos en 1889 y, según parece, durante las tres décadas
siguientes?
Las varias
influencias que componían la síntesis fabiana son claramente reconocibles en el
ensayo de Shaw. El trasfondo que domina todo el conjunto es Ricardo —no el
verdadero Ricardo histórico, sin embargo, sino un Ricardo totalmente
“henry-georgeficado”—. Falta la teoría del valor-trabajo, con su teoría del
beneficio correlativa, mientras que las teorías clásicas de la renta y de la
población destacan con tanto mayor relieve cuanto que se las ha sacado de su
contexto total. En lugar de la teoría ricardiana del valor, Shaw coloca la
teoría de Jevons, con toda la característica terminología jevonsiana.[3]. En lugar de la teoría ricardiana del
beneficio, ¿qué coloca Shaw? Me parece bastante difícil dar una clara respuesta
a esta pregunta. Ocasionalmente aparece una teoría de la “renta de capacidad”.
(cf. pág. 9), aunque no queda clara la importancia que Shaw le concede. A veces
el beneficio parece ser una especie de super-renta, “un pago por el privilegio
de utilizar la tierra, por el acceso a lo que hoy es un monopolio cerrado” (pág.
10). A veces, de manera incongruente, se presenta el beneficio como si se
debiera, al estilo de la teoría marxista, a la capacidad del proletario de
producir un excedente por encima de su subsistencia (pág.11). A veces el
beneficio parece desaparecer completamente, como en la afirmación de que “todos
dejarán de producir cuando el valor de su producto caiga por debajo de su coste
de producción, bien sea en trabajo o en trabajo más rentas”. (pág. 17). Y a veces el
beneficio (o, al menos, el interés) parece simplemente una renta con otro
nombre, como cuando se afirma que “en lenguaje corriente, se dice que una
propiedad con granja es tierra que produce renta, mientras de una propiedad con
ferrocarril se dice que es capital que produce interés” (pág. 19).
Pudiera suponerse que
esta confusión acerca de la teoría del beneficio resultaría fatal a una economía
política específicamente socialista. Pero me imagino que Shaw habría eliminado
la crítica, incluso aunque se le hubiera podido convencer de que era correcta.
Para él la renta era, con mucho, la forma dominante de ingreso no ganado; el
beneficio era un fenómeno de importancia secundaria. “La socialización de la
renta —nos dice— significaría la socialización de los medios de producción a
través de la expropiación de los actuales propietarios privados, y la
transferencia de su propiedad a toda la nación. Esta transferencia, por tanto,
es la clave de la transición al socialismo” (pág. 167). Y la misma idea se
repite una y otra vez en los argumentos de los ensayistas. Desde luego, si esto
fuera así, resultaría que, por mucha confusión que hubiera con respecto al
beneficio, no podría quedar afectada la esencial solidez del esquema fabiano de
la economía política.
Ni que decir tiene
que la teoría de Shaw sobre el desarrollo económico está construida de tal forma
que la propiedad agraria y la renta de la tierra quedan en el centro del cuadro.
El factor dinámico es el crecimiento de la población, que deprime más y más la
productividad marginal del cultivo, forzando a los desventurados proletarios a
aceptar un nivel de vida cada vez más bajo y vertiendo una corriente cada vez
mayor de riqueza en los bolsillos de la inactiva clase terrateniente. Ni se
menciona el problema de la acumulación de capital.
La teoría jevonsiana
del valor no es parte integrante de este esquema. Aun sin ella, la estructura
permanecería en pie, exactamente igual que una columna sigue cumpliendo su
función sin las volutas que decoran su capitel. La única conclusión positiva
basada en la teoría de Jovens es la ingeniosa pero poco convincente afirmación
de que la existencia de obreros en paro demuestra que el trabajo carece en
realidad de valor, ya que “por la ley de la indiferencia, nadie compraría
hombres por un precio cuando puede obtener hombres igualmente útiles por nada”
(pág. 18). Desde luego, los parados no van a trabajar por nada, ni tampoco los
trabajadores empleados a quienes sustituirían. pero esto no prueba que los
trabajadores tengan un valor: “Su salario no es su precio; no valen nada; es
sólo su manutención” (pág. 18). Parece que Shaw hubiera hecho mejor ateniéndose
a la menos paradójica pero más lógica teoría clásica, según la cual su
manutención es su valor.[4]
Es posible encontrar
numerosos pasajes en todo el volumen que apenas son compatibles con la teoría
abstracta de la economía política expuesta en el ensayo inicial.
Particularmente, al tratar de la historia de la Inglaterra decimonónica, los
fabianos se mostraron plenamente conscientes de que la victoria del libre cambio
fue simplemente un reflejo en la esfera política del triunfo económico de los
capitalistas manufactureros sobre los aristócratas terratenientes.[5] Pero nunca siguieron las implicaciones
teóricas de esta convicción. Si lo hubieran hecho, se hubieran visto obligados a
considerar los problemas de la acumulación de capital, y quizá hubieran tenido
que llegar a reconocer el hecho de que el desarrollo del capitalismo puede
llevar, por medio del avance tecnológico y de la apertura del mercado mundial, a
un alza en vez de una caída de la productividad marginal del cultivo. Con este
reconocimiento hubiera sin duda llegado otro: que toda la estructura de Shaw en
economía política era una casa construida en la arena. ¿Y entonces? ¿Es mucho
suponer que, en ese caso, Marx hubiera sido escuchado, al menos, con un poco más
de atención?
Pero esto es
permitirnos una especulación infructuosa. Volviendo a los hechos, las ideas de
los fabianos permanecieron bajo la dominación de una versión henry-georgiana
pasada por Shaw de las teorías clásicas de la renta y de la población, y creo
que este hecho puede relacionarse directamente con otro aspecto de la doctrina
fabiana que ha tenido una influencia mucho más duradera e inevitable sobre el
socialismo británico que la propia economía política fabiana. Me refiero a la
famosa teoría del “gradualismo”, que es a menudo considerada —y no sin razón—
como la verdadera esencia del fabianismo.
En los Ensayos se puede encontrar base para dos
versiones diferentes de la teoría del gradualismo. Por un lado está la idea,
expresada en numerosos pasajes, de que la sociedad se está socializando automáticamente, de que “la historia
económica del siglo (XIX) es un exponente casi continuo del progreso del
socialismo” (Webb, pág. 29) y de que “no habrá nunca un punto en que la sociedad
pase del individualismo al socialismo. El paso se efectúa de manera continua, y
nuestra sociedad va claramente hacia el socialismo” (Besant, pág. 141). Según
esta teoría, el socialismo impregna irresistiblemente todas las clases y todos
los partidos (“todos somos ya socialistas”), en la famosa frase del político
liberal Sir William Harcourt), y la única función del socialista consciente es
colaborar en el proceso; no hay necesidad de un partido político socialista
separado, con programa y estrategia propios. La segunda concepción del
gradualismo sostiene que el desarrollo subyacente de la sociedad favorece el
crecimiento del socialismo, pero que su definitiva introducción sólo puede ser
consecuencia de la acción consciente de un partido separadamente organizado que
desarrolle una lucha política continua contra todos los partidos burgueses. La
estrategia de este partido socialista debe o debiera ser (ambos puntos de vista
se encuentran en los Ensayos) la de
una reforma progresiva que acabaría por traer un socialismo de cuerpo entero
tras un proceso prolongado. Esta concepción del gradualismo encuentra su más
clara expresión en el concluyente ensayo de Hubert Bland, que presta poco
crédito a la teoría de la impregnación.
A pesar de la
coexistencia en los Ensayos de estas
dos ideas de gradualismo, yo creo que no puede haber duda de que en la práctica
el fabianismo promovió la partidaria de una acción política independiente. En su
introducción de 1920, Sidney Webb insiste en este punto, y, aunque me parece que
subestima la importancia del impregnacionismo en los Ensayos, no veo razón para rechazar este
juicio. Esta es la concepción de gradualismo que fue adoptada por el partido
laborista en 1919 (cuando se suscribió por primera vez una constitución
definidamente socialista) y que ha sido el lema político del partido desde
entonces. ¿Cómo se relaciona el gradualismo en este sentido con la teoría
fabiana de la economía política que hemos ya examinado?
Para contestar a esta
pregunta debemos tener presente que la estrategia gradualista implica no sólo
una suposición de lo que es deseable, sino también una suposición de lo que es
posible. Presupone obviamente que las clases propietarias reducirán su oposición
al socialismo al campo de la política constitucional y aceptarán la derrota de
buen grado. Sin esta presunción —si se supone, por el contrario, que en un
determinado momento las clases propietarias no dudarán en deshacerse de la
constitución y emplear la violencia en defensa de sus privilegios—, predicar el
gradualismo incondicional no es más que desarmar previamente al movimiento
socialista y dar lugar a un desastre definitivo. ¿Cuál era, entonces, la base en
que fundaban los fabianos su estimación sobre la probable conducta de la clase
dirigente británica? Yo creo que una pequeña parte de la respuesta radica en su
obsesiva preocupación por la renta de la tierra y la cuestión agraria. La
aristocracia terrateniente se había sometido a la derrota en 1832 sin levantar
el estandarte de la revuelta: era manifiestamente una clase parasítica y falta
de vigor. Si el logro del socialismo era esencialmente una cuestión de
nacionalizar la tierra, como todos los ensayistas afirman repetidamente, era
entonces muy razonable suponer que la “fuerza moral” (para usar la expresión que
medio siglo antes había popularizado el ala pacifista del movimiento cartista)
bastaría para lograr la victoria.
Puede demostrarse con
numerosas citas que ésta era efectivamente la perspectiva de los fabianos, pero
ilustraremos este punto con dos o tres partes dispersas de los Ensayos. Clarke habla de tomar “las
riendas cuando caigan de las débiles manos de la inútil clase poseedora” (pág.
95). Besant insiste en que “el éxito del capitalismo trae consigo una posición
que es, a la vez, intolerable para la mayoría y fácil de controlar por ésta”
(pág.141). Shaw afirma explícitamente que “no necesitamos prever seriamente que
los terratenientes van a luchar efectivamente” (pág. 179) y tiene la esperanza
de que “gran parte de este proceso (de transición), tal como se ha descrito
aquí, puede ser previsto por diversos sectores de la clase propietaria que va
capitulando progresivamente, a medida que la red se cierra sobre sus especiales
intereses, de tal manera que ellos puedan mantenerse hasta que su poder quede
completamente destrozado” (pág. 185).
Todo esto tiene
sentido si pensamos en términos de una clase de ociosos rentistas; pero ¿qué
valor tiene si se aplica a la clase capitalista que hizo de Inglaterra el
“taller del mundo” y construyó el mayor imperio que ha conocido la historia sin
reparar en el uso de la fuerza cuando servía a sus propósitos? ¿No tenemos
fundamento para suponer que la visión política de los fabianos estaba seriamente
deformada por una teoría de la economía política rígida e irreal?
Otro aspecto más de
la economía política fabiana me parece requerir particular atención. Como es
bien sabido, la teoría marxista divide la historia (pasada, presente y futura)
de Europa desde la caída del Imperio romano en tres etapas, designada cada una
con el nombre del sistema social dominante: feudalismo, capitalismo y
socialismo. En el ensayo “histórico” de Sidney Webb aparecen tres etapas
análogas, pero con nombres diferentes: la antigua síntesis, el período de
anarquía y la nueva síntesis. No es forzar las cosas excesivamente igualar la
antigua síntesis al feudalismo y la nueva síntesis al socialismo, pero un
marxista nunca estaría de acuerdo en que el capitalismo quede debidamente
caracterizado como el período de anarquía. El contraste en los nombres indica
una profunda diferencia de puntos de vista.
Según la visión
marxista, el capitalismo es un orden
social que sólo puede entenderse en términos de sus leyes internas de cohesión y
de sus leyes generales de desarrollo. La clave de las leyes internas es lo que
Marx llamaba la “ley del valor”, que en otro lugar he caracterizado como “una
teoría del equilibrio desarrollada en primer término con referencia a la
producción simple de mercancías y adaptada después al capitalismo”,[6]
las leyes del desarrollo se
derivan de la acumulación de capital. Estas ideas no tienen correspondencia en
el sistema fabiano. Como ya hemos visto, la teoría jevonsiana del valor no
desempeña un papel esencial en la economía política fabiana[7]. y la fuerza motriz del desarrollo
capitalista —el crecimiento de la población— parece, en la visión fabiana,
natural más bien que socialmente condicionado. Al no haber una dirección
consciente, finalista, de la sociedad bajo el capitalismo, éste parece no un orden social, sino un mero desorden —sin
leyes, caótico y esencialmente invulnerable al análisis racional—. Este punto de
vista queda sucintamente expresado por Hubert Bland en su admirativo juicio
acerca de la contribución de Sidney Webbb a los Ensayos: “Su artículo era una
demostración inductiva del fracaso de la anarquía para satisfacer las
necesidades de hombres y mujeres reales y concretos, una prueba histórica de que
el mundo se mueve desde el sistema, a través del desorden, hacia el sistema otra
vez” (pág. 188). En todo el volumen no hay indicación de que los fabianos se
hayan siquiera preocupado del problema de cómo se distribuyen los recursos
productivos entre las varias industrias bajo el capitalismo o de cómo es posible
que, sin ninguna dirección central, se mantenga un flujo estable de materias
primas a lo largo del proceso productivo y aparezcan los bienes de consumo en
cantidades suficientes para mantener el proceso vital de la sociedad.
Este vacío en la
teoría fabiana tenía un corolario peculiar que me parece que aún se hace sentir
en el movimiento socialista británico. Al no haberse nunca planteado el problema
de la distribución de los recursos bajo el capitalismo, los fabianos no llegaron
a reconocer la existencia del problema como tal. En consecuencia, nada tenían
que decir de su solución bajo el socialismo. Debo insistir en que no me refiero
aquí al abstracto y bastante irreal debate que surgió tras la primera guerra
mundial acerca de si sería teóricamente posible para el socialismo resolver este
problema. Hablo más bien de las implicaciones del problema y del método para resolverlo dentro de la
forma y de la estructura de la sociedad socialista. A este respecto, la
evidencia más sorprendente es que, si no recuerdo mal, la palabra
“planificación” no aparece en todo el volumen; no hay ningún examen del papel
del gobierno central bajo el socialismo, aparte de afirmaciones generales tales
como la de que administrará las grandes industrias de importancia nacional. Los
ensayos que tratan de la organización de la sociedad socialista (el de Wallas,
el de Besant y el segundo de Shaw) insisten principalmente en la
municipalización de los medios de producción, y no llegan siquiera a sugerir que
las actividades de varios municipios deban coordinarse de una manera u
otra.
Así, mientras los
marxistas han sido siempre plenamente conscientes de que el socialismo debe
consistir en una sociedad planificada centralmente, el pensamiento socialista
británico, siguiendo los pasos de los fabianos (y, algo más tarde, de los
socialistas guildistas, que en este aspecto mostraban una estrecha afinidad con
los fabianos), ha sido siempre vago y oscuro en esta cuestión crucialmente
importante. Yo creo que cualquiera que se proponga descubrir lo que el actual
gobierno laborista en Inglaterra entiende por “planificación” pronto quedará
penosamente convencido de esta crónica debilidad del pensamiento socialista
británico.[8]
En conclusión, yo
afirmo que la economía política fabiana, según está expuesta en los Ensayos, distaba mucho de ser el
instrumento de análisis “incisivo y perfecto” que Sidney Webb suponía
confiadamente en 1920. Quizá los fabianos hubieran podido, después de todo,
haber aprendido algo de la “pasada de moda” teoría marxista. Y quizá sea posible
que aún contenga alguna lección incluso para el actual movimiento socialista
británico.
* The Journal of Political Economy, en
junio de 1949.
[1] Fabian Essays, por Bernard Shaw, el
Right Honorable Lord Passfield (Sidney Webb), Graham Wallas, Lord Olivier,
William Clarke, Annie Besant, Hubert Bland, con un postscriptum del original
editor Bernard Shaw, titulado Sixty Years
of Fabianism (Londres, 1948).
[2] The History of the Fabian Society (Londres,
1916), pág. 239.
[3] Originalmente,
Shaw había adoptado la teoría marxista del valor, pero se convirtió a la escuela
de la utilidad a resultas de un debate con Wicksteed, en 1884, en las páginas de
la revista socialista Today. La
crítica de Wicksteed de la teoría marxista es una de las primeras y también una
de las mejores desde el punto de vista de la teoría subjetiva del valor. Se
reproduce, junto con la réplica de Shaw, en la edición de 1933 de The Commonsense of Political
Economy (vol. II, pág. 705 y
sgs.
[4] Sin embargo, no
debe olvidarse que aquí Shaw se estaba enfrentando con un problema muy real, a
cuya solución poco podían contribuir ni los clásicos ni los marginalistas. El
problema es simplemente éste: cómo explicar la persistencia del paro. El intento
de Shaw de resolverlo en términos de la teoría de la utilidad marginal le lleva
a una clara contradicción; pero esto apenas constituye un síntoma de
inferioridad para economistas que ni siquiera reconocen la existencia del
problema Shaw pudo haber encontrado un camino volviendo a Marx. Sus modernos
sucesores en el movimiento laborista inglés se han visto salvados de esta penosa
alternativa gracias a la intervención providencial (para ellos) de
Keynes.
[5] Así, por
ejemplo, la afirmación de Clarke: “El triunfo del libre cambio significa, por
tanto, económicamente la caída de la vieja clase terrateniente pura y simple y
la victoria del capitalismo” (pág. 75).
[6] The Theory of Capitalist Development
(Nueva York, 1942), pág. 53.
[7] Quizá se deba
esto en parte al hecho de que Jevons a diferencia de sus contemporáneos de la
escuela de Lausanne, dejó claramente de elaborar una teoría del equilibrio
general. Así, la teoría subjetiva del valor no arroja ninguna luz acerca de la
naturaleza del capitalismo como sistema
social y sólo con una teoría del equilibrio general se destaca claramente el
papel coordinador de los precios y de los mercados.
[8] Véase, por
ejemplo, el libro Bblanco titulado Economic Survey for 1947, que dedica más
de la cuarta parte de su texto a la sección “Planificación
Económica”