Analisis del Partido: 2003

La vida del APRA es la historia del Perú del siglo XX. Cuando el APRA está ilegalizado y su líder en el exilio o encarcelado, el Perú conoce una dictadura; cuando se le permiten manifestaciones públicas y concurrencia a las elecciones, el Perú vive en democracia. La historia del APRA es a la vez la historia de un grupo de jovenes, la historia llevado al extremo, una ideología relavitista y al discurso de su líder, una relación de odio mutuo con las Fuerzas Armadas, y un ideario sigue encendido pasiones con el paso del tiempo.

Es preciso distinguir la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) del Partido Aprista Peruano (PAP). El primero nació en México, donde se hallaba exiliado Víctor Raúl Haya de la Torre durante el Oncenio de Leguía, en 1924 y tiene un ámbito de acción continental, mientras que el segundo vendría a ser su brazo político peruano, nacido en septiembre de 1930. La historia del APRA, pues, traspasa las fronteras peruanas, y en aun en estos días existen comités apristas en países como Argentina, España, USA o Japon.

Durante el régimen de Augusto Leguía (1919-1930) se afianzan tres procesos económico - sociales que van a ser determinantes para la explosión del populismo aprista en los años 30: afianzamiento del capital norteamericano, concentración de la propiedad y una cierta organización política de los sectores sociales afectados a través de las figuras de José Carlos Mariategui y Víctor Raúl Haya de la Torre.

Las principales bases teóricas del APRA quedan expuestas en 1928, cuando Haya de la Torre escribe El Antiimperialismo y el APRA. Según Haya, América Latina se halla en los años 20 en una situación de "feudalismo colonial". La fase feudal permanece porque en el continente latinoamericano no se ha desarrollado ni la burguesía ni la ideología liberal. Efectivamente, las revoluciones emancipadoras del siglo XIX cambiaron poco o nada el panorama. La situación imperialista significa la última fase del capitalismo en Europa, pero en América Latina supone su primera fase. De este modo, el Perú de los años 20 y en general toda América Latina, no es más que un "museo viviente".

Como la evolución histórica ha seguido unos caminos distintos en América Latina respecto de Estados Unidos y Europa, los instrumentos políticos y los métodos que deben emplearse para salir de la situación de "feudalismo colonial" deben ser también distintos. Hay que evitar a toda costa una solución importada, que puede ser válida para otras realidades, pero no para América Latina, y optar por una vía autóctona. Es así como Haya ofrece una salida a la crisis de identidad peruana a través del "indoamericanismo". El indio, el elemento social incorrupto por la sociedad occidental, será pues la figura característica de América Latina, o mejor dicho, de Indoamérica, para lograr su independencia espiritual respecto del mundo occidental.

La actitud antiimperialista de Haya tiene su origen en que percibe el imperialismo, junto con el feudalismo, como el factor que impide un desarrollo nacional del Perú. Este desarrollo afecta a todas las clases sociales, de modo que das las clases sociales, de modo que son todos ellos, conjuntamente, los que deben luchar por la nacionalización de las empresas norteamericanas y extranjeras. Esta unión de todas las clases sólo será posible si se les incluye en un partido único, frente único, que tendrá como modelo la formas de organización indígenas. El objetivo principal será controlar el aparato estatal: de hecho, para Haya "el Estado es, en potencia, un instrumento de defensa de las clases campesinas, trabajadoras y medias, unidas contra el imperialismo", como dice en El Antiimperialismo y el APRA.

La idea del frente único será una de las causas principales de la ruptura entre Maríategui y Haya a finales de los años 20. Haya se opuso a Mariátegui, fundador del Partido Socialista Peruano, fundamentalmente por tres razones:

Mariátegui propugnaba un modelo importado a la vez que Haya concebía un modelo nacional como única salida, de manera que el “comunismo criollo” no constituía una opción válida.
Haya viajó a la URSS en 1924 e incluso asistió en Moscú al Congreso Mundial del Partido Comunista como espectador visitante, pero aunque se declaró admirador de la Revolución Rusa, declinó someterse a un partido que no satisface las necesidades revolucionarias de América Latina.
Para Haya, la creación de un partido de clase significaba desperdiciar el imprescindible apoyo de las otras clases, en especial de las clases medias, que según el líder aprista, eran más nacionalistas que las propias clases trabajadoras, y por tanto, las más aptas para liderar una revolución nacional antiimperialista. Para Haya, en Indoamérica la lucha no es de clases, sino de pueblos, de manera que los enemigos de los pueblos indoamericanos son los imperialistas, ya sean imperialismos de capital privado o público. Entiéndase como frente único como un frente de todas aquellas clases interesadas en el desarrollo capitalista de la sociedad peruana.

El tercer elemento que mueve a Haya a no realizar alianzas con Mariátegui es su concepción de que en el mundo campesino y proletario no existe conciencia de clase, de modo que unificarles mediante la apelación a la pertenencia a una clase es un absurdo: el referente debe ser la nación.

A finales de los años 20 el núcleo mariateguista es mucho más nutrido que el aprista, que a la sazón se limita a un pequeño grupo de intelectuales exiliados en el extranjero. Sin embargo, las elecciones de 1931 van a suponer un giro de importancia fundamental para que el APRA absorba la base social que se disputaba con el Partido Comunista Peruano y se convierta en el fenómeno populista que va superando el siglo. La negativa del PCP a participar en las primeras elecciones libres de la historia peruana contrasta con la apoteosis que significó el regreso de Haya de la Torre al Perú para participar en la contienda electoral. Las elecciones permitieron a Haya difundir la ideología aprista por todo el país, afianzar su liderazgo, solidificar el partido y consolidarse entre las clases medias y populares.

Aún en Alemania, al enterarse del golpe de Sánchez Cerro contra Leguía, Haya envía a varios de sus colaboradores al Perú para que funden el Partido Aprista Peruano y organicen el regreso del ideólogo. En julio de 1931, Haya desembarca en Talara y realiza una prolífica campaña por todo el norte del país que termina con el histórico discurso del 15 de agosto del mismo año ante más de 30.000 apristas en la plaza de toros de Acho, en Lima, en el que expone su Programa Mínimo. El aprismo perderá las elecciones, pero habrá ganado algo más importante: un núcleo social capaz de convertir a su partido en un fenómeno de masas y a su líder en un profeta infalible.

El Programa Mínimo vendría a ser las posibilidades reales de actuación de un gobierno aprista, mientras que el Programa Máximo apelaría al ideal. Así, el Programa Mínimo, también conocido como Plan de Acción Inmediato, aprobado en el Primer Congreso del Partido Aprista Peruano en 1931, se mueve en el mundo de lo posible; el Programa Máximo, que resume las tesis del Antiimperialismo y el APRA, resumiría los objetivos últimos. Los tres puntos básicos del Programa Máximo eran:
- Acción antiimperialista
- Unidad política de Indoamérica mediante una federación
- Nacionalización de tierras, minas e industrias

Por su parte, el Programa Mínimo, marcharía el destino del país pues oriento el camino de los gobiernos peruanos en aspectos como la reforma agraria y tributaria, el establecimiento del seguro social, la gratuidad de la enseñanza, la nacionalización de las compañías mineras y el Congreso Económico, organismo técnico del capitalismo planificado en el que estarían presentes representantes de los empresarios, de los trabajadores y del Estado.

Tras las elecciones y paralelamente a la ilegalización del partido y el encarcelamiento de Haya, el APRA demuestra su capacidad de concentración popular. Durante los dos años de gobierno de Sánchez Cerro, podemos contar hasta catorce sublevaciones apristas. El 7 de julio de 1932 la ciudad de Trujillo vive un levantamiento aprista que va a terminar reprimido con un balance de 6.000 muertos en lo que se conoce como “la matanza de Chan Chan” y la inmolacion del BUFALO Barreto. Tras el inmediato arresto de Haya, L.A. Flores se negó a fusilarlo en la prisión porque “al adversario preso no se le mata”.

Estos años van a sellar tres de las características fundamentales del movimiento aprista que se prolongarían a lo largo de toda la vida de Haya de la Torre: la relación de odio mutuo entre el APRA y las FF.AA., el liderazgo irrebatible de Haya, y el nacimiento de lo que llamamos religiosidad del APRA.

Con el levantamiento de Trujillo nace una profunda enemistad entre el APRA y el Ejército, que perdurará hasta la muerte de Haya de la Torre en 1979. La frontal oposición del ejército se debe precisamente al carácter populista del APRA y no a su carácter de izquierdas. De hecho, cuando el APRA se acerca a los postulados de la derecha en los años 50 y 60, las FF.AA. siguen oponiéndose con vehemencia al aprismo. Para las Fuerzas Armadas era la propia movilización política propugnada por el APRA y la relación directa entre el líder y sus seguidores lo que amenazaba las instituciones y la propia organización castrense. Eran los métodos del APRA y su carácter populista lo que impedía al ejército adoptar otra postura que no fuera la intención de eliminar al APRA. El golpe de Estado militar de 1962, pocos días antes de que Haya fuera proclamado presidente tras su victoria en las elecciones, simboliza la profunda enemistad entre ambos núcleos.

Fue la etapa que siguió a la “matanza de Chan Chan”, la llamada “época de las catacumbas”, cuando se alimentó el culto al líder, que en ese momento se encontraba exiliado en Europa. Haya se convirtió así en el vínculo que unía a todos los apristas y en la única salvación posible. Los continuos encarcelamientos y exilios que se vio obligado a vivir Haya sirvieron para rodearle, ya desde el inicio, de una aureola mística: un líder siempre presente en el espíritu, pero ausente físicamente. No es extraño, pues, que algunos autores hayan visto en él una representación de Jesucristo para el pueblo.

El APRA atravesó por largas épocas de ilegalización. El art. 53 de la Constitución de 1933, que prohibía los partidos de organización internacional, fue el resorte legal de que se valieron los sucesivos gobernantes peruanos para situar al APRA fuera de la legalidad y encarcelar a su líder. El APRA estuvo ilegalizado de 1932 a 1945. Recupera la legalidad en las postrimerías del primer gobierno de Manuel Prado, pero Bustamante, a quien el propio APRA llevó a la presidencia, vuelve a ilegalizarlo en 1948. Permanece fuera de la ley hasta 1956, cuando Prado paga con su legalización el apoyo del aprismo en las elecciones. La última vez que sus locales fueron clausurados, fue durante la dictadura del general Velasco Alvarado. A lo largo de estos casi 30 años de interrumpidas ilegalizaciones, Haya fluctuó entre la cárcel y el exilio. Su exilio más famoso tuvo lugar en la propia Lima: cuando Odría llegó al poder mediante un golpe de estado en 1948 y ordenó la captura de los dirigentes apristas, vivos o muertos, Haya se asiló en la embajada de Colombia, donde permanecería durante más de cinco años. Tras las presiones internacionales, Odría sólo accedió a deportarle en 1954, no sin antes desposeerle de la ciudadanía peruana.

A pesar de su prolífica actividad ideológica, Haya fue más un líder carismático que un ideólogo. La historia del APRA es más la de un líder populista seguido por unas masas abnegadas que la de un partido ideológico. Haya de la Torre siempre tuvo una facilidad innata para enlazar posturas irreconciliables y convertirse en el nexo de la integración. Con una sola frase, por ejemplo, fue capaz de reconciliar a las posturas más opuestas y enfrentadas del Perú: “El APRA no viene a quitar la riqueza a quien la tiene, sino a crearla para quien no la tiene”. A pesar de su liderazgo, Haya no ocupó cargo público alguno en toda su vida sino hasta un año antes de morir: fue presidente de la Asamblea Constituyente entre 1978 y 1979.

La religiosidad del movimiento aprista constituye la tercera característica que se evidencia en los años 30. Carlos de la Torre e Imelda Vega Centeno han estudiado la relación entre el APRA y el sentimiento místico con que el pueblo le identifica. Según Carlos de la Torre, el APRA se presenta ante el pueblo como el líder de una cruzada para la regeneración del Perú. Este sentimiento místico podemos observarlo en frases incluidas en la “Marsellesa Aprista” (Los peruanos abrazan su nueva religión / la Alianza Popular / y conquistarán la esperada redención / ...) y en otras canciones que popularizaron las masas. Fue precisamente Haya quien alentó esta visión popular del aprismo como una especie de religión pagana; él mismo afirmaba que sólo a través de la habilidad para comunicar un sentimiento místico podía accederse al éxito político. Vega, por su parte, afirma que la adhesión de las masas al discurso de Haya nunca fue de carácter político, sino mucho más irracional y parecido a una adhesión de fe. El líder carismático “estaba dotado de atributos de ser supremo y por quien las masas están dispuestas a entregar su propia vida”, mientras que las persecuciones al APRA “se realizan en términos de guerra de religión”.

El carácter místico del aprismo no proviene sólo de la relación vertical del líder con las masas, sino que se establece incluso a nivel horizontal: son todos los participantes del movimiento los que utilizan el mismo lenguaje, referencias y ritual. Así, por ejemplo, durante los años de las catacumbas, cada vez que se encontraban dos fieles apristas se entrecruzaban a modo de saludo la palabra lapidaria SEASAP, iniciales secretas de la frase “sólo el APRA salvará al Perú”.
El período de las catacumbas del APRA terminó mediante uno de esos giros insospechados típicos de la política peruana. Benavides y Haya, enemigos acérrimos, se entrevistan en Lima y deciden ambos renunciar a presentarse a las elecciones de 1945 a la vez que se comprometen a buscar un personaje de consenso, que será José Luis Bustamante. Con su victoria en las elecciones merced a los votos apristas, el APRA volvió a la legalidad e incluso formó parte del ejecutivo. De hecho, las tres carteras que obtuvo el APRA entre 1946 y 1947 - Hacienda, Fomento y Agricultura- significaron la única vez que llegó al ejecutivo hasta la victoria de Alan García en 1985. Pero la aventura del Frente Democrático Nacional de J.L. Bustamante fue efímera y ya en 1947 sus representantes en el Congreso se dividieron entre apristas e independientes. Bustamante pronto se distanció de quienes lo habían llevado a la presidencia y nombró ministro a quien se proclamaba “el general más antiaprista del Perú”, Manuel Odría, que tardaría muy poco en encabezar un golpe de estado contra el propio Bustamante para establecerse en el poder y “limpiar el Perú de apristas y comunistas”.

Los años 50 iban a marcar el inicio de la derechización del APRA. Para las elecciones de 1956, el partido de Haya continúa proscrito, pero su caudal de adhesión popular es el más vasto del país. El APRA se encuentra, pues, en condiciones óptimas, para negociar su legalidad: no puede ser elegido, pero puede elegir, de manera que ofrece sus votos al candidato que le garantice un regreso a la ley. Ramiro Prialé, por parte del APRA, y Prado, candidato aliado con elementos de la oligarquía, alcanzan el acuerdo. La primera medida que toma el nuevo presidente Manuel Prado es la legalización de todos los partidos.

Las elecciones presidenciales de 1962 fueron las únicas que ganó Haya de la Torre. Sin embargo, al no alcanzar el tercio de los votos válidos, la elección correspondía al Congreso, donde el APRA buscó el apoyo de Acción Popular o del odriismo para asegurarse la elección de Haya. Antes de que las gestiones arribasen a buen puerto, el ejército dio un golpe de estado para advertir que no toleraba un Perú con presidente aprista. Tras las elecciones celebradas al año siguiente, el APRA consolidaría su proceso de absoluta derechización aliándose con la vertiente más pura de la oligarquía y abortando cualquier intento reformista del gobierno de Belaunde. La alianza APRA-UNO no se puede catalogar de otra forma que “de contra - natura” desde un punto de vista histórico: el carácter antioligárquico fue un elemento esencial del APRA, y Odría era “el general más antiaprista del Perú”. Ciertamente, hubo elementos apristas, liderados por Manuel Seoane, segundo hombre fuerte del APRA, que presionaron para establecer una alianza con el partido de Belaunde, lo que hubiera significado un regreso del APRA a sus orígenes, pero estos intentos fracasaron ante la voluntad inamovible de Haya.

Así, en los años 50 y 60, dos son los procesos paralelos que atraviesa el APRA y que no pueden ser comprendidos el uno sin el otro: derechización y pragmatismo. En los años 60, la nacionalización que se reivindicaba treinta años atrás se ha convertido en la defensa de las grandes empresas capitalistas y complejos agrarios porque “cumplen una función social”, y del antiguo antiimperialismo se ha pasado a defender la “atracción de capital y tecnología para desarrollar el país”. En el III Congreso del PAP, en 1957, se justifica el giro afirmando que la oligarquía ha cambiado de carácter y “ha dejado de ser una clase feudal para convertirse en una clase empresarial”.

La derechización de los postulados del partido demuestra, en el fondo, el carácter caudillista del APRA. Si la adhesión de las masas hubiera tenido un carácter político - ideológico, Haya no habría logrado arrastrar a todos sus seguidores en su viaje hacia la derecha. El mantenimiento de los índices de popularidad de Haya y la permanencia del tradicional tercio aprista certifican la adhesión irracional de las masas a Haya y la sujeción del partido a la voluntad del jefe.

El segundo proceso, que alcanza su máximo esplendor en los 50 y 60, pero que forma parte de toda la vida del APRA es el de su pragmatismo. Desde nuestro punto de vista, si bien no podemos negar el carácter ideológico del primer APRA, pronto evidenció una sumisión de sus planteamientos teóricos a la necesidad de alcanzar el poder. La ideología era, pues, variable, según las necesidades del momento. En palabras de Américo Martín, lo que hizo Haya fue aplicar la teoría de la relatividad a la política: las ideas políticas son relativas y dependen de las coordenadas del espacio y el tiempo. Con los años, la única ideología del APRA fue el logro del poder y para ello era capaz de ir renunciando a todos y cada uno de sus postulados originales: “a medida que pasaban los años la presidencia se convirtió para Haya en un sueño; persiguiendo esa quimera descubrió el relativismo, teoría que le permite reajustar el programa a las conveniencias de cada espacio - tiempo”.

Entendido así, la derechización del APRA no sería más que una manifestación de este pragmatismo. Es decir, esa derechización es el modo como se manifestó el pragmatismo en los 50 y 60, de la misma manera que en los años 30 le llevó al radicalismo o en los 80 a un proceso de nuevo reformismo del partido más acorde con la época post - velasquista.
Algunos autores interpretan la derechización del APRA como un fenómeno continental de los partidos de clases medias, paralelo al PRI en México, AD en Venezuela o el MNR en Bolivia. Sin negar que pueda haber algo de cierto en ello, creemos que las fluctuaciones ideológicas del aprismo derivan, sobre todo, de la sumisión de la ideología a la política, facilitado por el carácter caudillista y populista del movimiento.

La mejor prueba es que el APRA supo siempre aprovechar su adhesión popular como estrategia de pacto político. Gracias a los votos apristas, ganaron las elecciones personajes no apristas como Eguiguren en 1936, Bustamante en 1945 o Manuel Prado en 1956. De hecho, con la salvedad de las elecciones de 1963, podemos decir que el APRA ganó todas las elecciones en que participó, directa o indirectamente, entre 1936 y 1978. Y si no ganó en 1963 fue por la evidencia de que el ejército no lo iba a permitir, como de hecho había sucedido el año anterior.

El APRA pagó su derechización con la primera escisión importante de su historia. Ya en el Congreso Nacional del PAP de 1957, los dirigentes del ala más izquierdista advirtieron que “el PAP, sirviendo de instrumento al servicio de los intereses de la oligarquía, está defraudando las más caras esperanzas del pueblo del Perú”. Dos años después se escindieron formando el APRA Rebelde, constituido en Movimiento de Izquierda Revolucionaria. El MIR se convertiría en la primera guerrilla del Perú. En 1965, liderado por Luis de la Puente y Guillermo Lobatón, el MIR desencadenó la lucha armada, que, pocos meses más tarde ya había sido sofocada por el gobierno de Fernando Belaunde. Si el MIR puso de relieve que también en el seno del APRA habitó en su momento un núcleo de adherentes racionales no dispuestos a comulgar con los requiebros de su líder, las guerrillas del MIR fueron el precedente inmediato del surgimiento en 1982 del grupo guerrillero MRTA.

A finales de los 70, se sucedieron los acontecimientos. Terminada la dictadura reformista de Velasco, de quien se dijo que llevó a cabo un programa aprista sin el APRA, tienen lugar las elecciones a Asamblea Constituyente de 1978, en las que el APRA obtiene la mayoría. El partido del pueblo prepara el asalto definitivo al poder y, cuando éste parece más inminente, fallece el viejo caudillo Haya de la Torre. Se inicia entonces una lucha interna por el ascenso a la dirección del partido, librada sobre todo entre Armando Villanueva, que lideraba el ala reformista progresista, y Andrés Townsend, del ala conservadora. Con el triunfo del ala progresista, el APRA inicia su nuevo bandazo a la izquierda que le llevará a constitucionalizar las reformas de Velasco y a desempolvar parte del ideario original como el Congreso Económico.

Para demostrar unidad interna, Villanueva invita a Townsend a compartir “plancha electoral” en las elecciones de 1980. Pero, sin Haya, los resultados son demasiado pobres. El partido necesita un nuevo líder capaz de congregar a las masas como antaño hacía Haya. En esta situación tiene lugar la segunda escisión importante del aprismo, esta vez por la derecha. Townsend y sus seguidores se separan del partido y en 1983 fundan el Movimiento de Bases Hayistas (MBH).
La “reencarnación de Haya” llegaría de la mano de Alan García. Elegido Secretario General con tan solo 32 años, García lograría recuperar la ilusión del aprismo, recentrar la imagen del partido, romper la barrera del tercio y llevar al APRA al poder en solitario por primera y única vez en la historia y seis años después de la muerte de Haya de la Torre. El partido pareció incluso encontrar su espacio ideológico en la socialdemocracia, muy próximo a la Acción Democrática venezolana o al MNR boliviano. Sin embargo, ya en la presidencia, Alan prefirió un estilo mucho más personalista y fue desentendiéndose del partido poco a poco. Los años de Alan (1985-1990) representan a la vez el triunfo del aprismo y el mayor desgaste de su historia: algo así como la frustración de una ilusión de medio siglo. En agosto de 1985 su índice de popularidad reflejaba la ilusión casi unánime del país (96%); al final de su mandato, el éxito inicial estaba esfumado (16%). Alan puso en práctica un estilo populista que naufragó cuando los pésimos resultados económicos y la hiperinflación empezaron a mostrar su cara más desalentadora. Alejado de su partido, tomó una huida hacia adelante decretando la estatización de la banca en 1987, pero ni siquiera los representantes de su propio partido en el Senado le siguieron en su aventura.

Los tres últimos años del gobierno de Alan serían una agonía para una población acorralada entre el terrorismo senderista y la escalada de los precios. Si en 1987 la inflación creció el 115%, al año siguiente llegó a 1.723%, en 1989 a 2.775%, y en el último año de su gobierno a 7.650%. En cuanto al PBI por habitante de 1985 a 1990 registró una caída del 18%. Herido de muerte, el APRA “ganaría” sus últimas elecciones en 1990 al estilo de los años 50 -es decir, apoyando a un tercer candidato, como hizo con Fujimori en la segunda vuelta- a la vez que firmaba, sin saberlo, su sentencia de muerte.

En la época fujimorista el APRA aparece liderado por Mercedes Cabanillas y aunque en las últimas elecciones generales consiguió mantenerse como tercera fuerza política, el tradicional tercio aprista se ha visto reducido al 4% de los votos. Sus constantes fluctuaciones y el legado de Alan ya no ofrecen credibilidad a un movimiento que marcó la historia del Perú durante 60 años. Es cierto, sin embargo, que ha mostrado cierta revitalización en el período del otoño fujimorista; tras ocho años de exilio en Colombia, Alan García regresó al Perú en el año 2000, con el fervor de las multitudes que vitoreaban los regresos de Haya en los años 30, haciendo renacer la esperanza que aquéllos que aseguran que “el APRA nunca muere”.

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