La masonería y la inmigración

Es común ver, oír y leer en cualquier medio de comunicación de los Estados Unidos (prensa escrita o audiovisual), por noticias e imágenes sobre la inmigración. Ésta constituye, probablemente, y desde la perspectiva occidental, uno de los mayores problemas de la sociedad global en el alba del siglo XXI. Tratar de ignorarlo nos convierte en culpables de denegación de auxilio, pues si esta sociedad ha de ser global, también habrán de serlo sus problemas y sus posibles soluciones.

En tal empresa, una Institución como la Masonería, a la cabeza de muchas de las conquistas sociales desde el siglo XVIII, no puede estar ausente. No obstante, su trabajo y acción deben llevarse a cabo según una metodología que no es la misma que la de los partidos políticos o las ONG's (Organismos No Gubernamentales), sino abierta a todas las opiniones, integradora, estructural y a la vez firme y combativa en la defensa de los valores universales que la Masonería representa y subraya en su lema "Libertad, Igualdad, Fraternidad".

La inmigración hispana que llega a suelo norteamericano procedente desde el sur del continente (México, Honduras, Colombia, Venezuela, Republica Dominicana, Perú, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Brasil o Chile) no es un problema auto consistente, sino uno de los síntomas de un problema mayor. Limitarse a analizar esos síntomas sin atacar sus raíces es como tratar de tapar las grietas de una presa con los dedos de la mano. En efecto, el problema real se puede llamar de muchas maneras y está repleto de facetas y matices: falta de trabajo, hambre, ausencia de justicia social, corrupción, pobreza, violaciones de los derechos humanos, falta de democracia, etc.; pero se puede resumir, en términos masónicos, en una palmaria falta de lo que ha de entenderse por "Libertad, Igualdad y Fraternidad" en el marco general de las relaciones internacionales y en particular en las sociedades de la mayoría de los países de los cuales proceden los inmigrantes. En tanto los auténticos factores generadores no se corrijan, no es previsible que el fenómeno de la inmigración hispana cese de aumentar en Estados Unidos por cualquier vía (mar, tierra o aire), por más blindajes fronterizos que se puedan idear. Cayó la Muralla China y el Muro de Adriano, no esperemos que ningún muro físico o jurídico impida de forma efectiva que las personas luchen por conseguir un futuro mejor.

A modo de ejemplo, y reflejando la dualidad presente en cualquier materia, el inmigrante, arrastrando consigo sus circunstancias, deja en su sociedad de origen, como emigrante, unos problemas que el norteamericano anglosajón medio ignora activa o pasivamente, pero que no obstante están ahí, realimentando el conflicto; entre otros, el de que su esfuerzo, su talento y su voluntad no servirán, o al menos no de la misma manera, a que su sociedad de origen prospere, a que el problema estructural se solucione. Debemos tener esto muy presente cuando hablamos de inmigración selectiva de talentos del mundo en desarrollo.

La América del Norte del Bienestar no puede simplemente mirar hacia otro lado, ni eludir responsabilidades. Sobre todo, no puede permitir que racismos y nacionalismos xenófobos, al asalto, vuelvan a ocupar un lugar en la primera democracia del mundo moderno, de las que hace tiempo fueron desterrados. Ante este reto, la Masonería hispanoparlante le pide a sus homólogos anglosajones se unan nuevamente con los pueblos y se pongan al lado de este mismo pueblo, porque fue, es y somos defensores de los plurales valores espirituales encarnados en la Democracia, y volvamos a estar, como siempre estuvimos, a la cabeza de la contestación. Medidas paliativas, tales como la Cooperación para el Desarrollo, en general mal planificadas y peor implementadas, pueden maquillar el problema, pero no van a cambiar su naturaleza ni su trayectoria.

Opinamos que el Estado-Nación, estructurado sobre una primitiva concepción biosocial del gregarismo humano (familias, tribus, clanes) ha de dejar paso a estructuras sociales superiores, basadas en auténticos valores universales, acordes con la trayectoria evolutiva del Hombre. El primer tímido paso en este sentido lo dio ya Roma hace siglos, premiando con la atribución de la ciudadanía a quienes, dentro de sus límites territoriales, probaban su denuedo en la práctica y exaltación de las virtudes humanas que contribuían a fortalecer la República. De igual modo, debería el Gobierno Norteamericano, lo antes posible, permitir un status legal aquellos ciudadanos practicantes de virtudes-valores consagrados en su Constitución, por encima de diferencias étnicas, religiosas, lingüísticas o culturales, en general. La Ley constitucional del Estado laico, solamente acercará al hombre a una concepción universal de lo "sagrado", y, por ello, de lo perenne, recogiendo y articulando esos principios espirituales de Libertad, Igualdad y Fraternidad en su dimensión trascendente; es decir, yendo más allá de la limitada interpretación política de esos valores. Esa es, en esencia, la verdadera revolución pendiente que todos estamos obligados a preparar desde ya, potenciando filosóficamente esos tres pilares del Estado de Derecho en el corazón y en la mente de nuestra infancia, modificando la metodología didáctica que, a lo largo de la Historia, ha probado sus limitaciones reiteradamente.

La integración de la población inmigrante procedente de marcos culturales diferentes al de Norteamérica, es, en ocasiones, objeto de las mayores polémicas y de buena parte de reticencias no basadas únicamente en factores económicos. Subyace, respecto de la integración, la cuestión de los valores de la sociedad receptora, a los que el inmigrante debería hipotéticamente suscribirse, y aquellos de su sociedad originaria que le debería ser permitido mantener. La Masonería, no reconoce que la Verdad pueda hallarse únicamente en una de las partes y anima a los espíritus libres a compartir dialécticamente su verdad para encontrar lo más parecido a la Verdad.

En la metodología didáctica masónica se yuxtaponen tradiciones iniciáticas procedentes de diversos orígenes (Kábala, Suffismo, Alquimia...), matizando y enriqueciendo la construcción del Hombre y en nuestros Talleres se reúnen en paz, buscando la Armonía, pensadores libres, de las más variadas nacionalidades, en un ejemplo a seguir como fórmula de integración de lo plural.
La inmigración hispana en particular, un problema por su génesis, es una magnífica oportunidad de enriquecimiento para la sociedad norteamericana que debe, manteniendo sus mejores valores, integrar los nuevos, sin olvidar que ésta es tan solo una manifestación de un conflicto más global, de urgente resolución.

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