La incertidumbre entre ciencia y religión.

Por Juan Orrego

Toda persona tiene derecho a creer, en ejercicio de su libertad religiosa, que el mundo visible fue creado por un acto de un creador cuyo nombre puede variar según su tiempo, espacio e historia.

Lo que el Estado debe impedir, en su carácter de supremo inspector de la educación, es que al enseñar la ciencia de los seres vivientes sea presentada como discurso científico la narración poética de un texto sagrado sobre el origen de la vida. La religión y la ciencia son dos reinos distintos, y la inerrancia de los libros santos no puede oponerse a la visión científica de los comienzos de la naturaleza.

El método científico es válido. Si es válido, porque es una disciplina dura hasta para los propios científicos, quienes, como todos nosotros, son vulnerables a lo que ellos llaman el sesgo de la confirmación: la tendencia a buscar y ver solamente aquellas pruebas que confirman lo que ya creían desde el principio. Pero a diferencia de los legos, los científicos someten sus ideas a la revisión formal de sus colegas antes de publicarlas.

Una vez publicados los resultados, si son importantes, otros científicos intentarán reproducirlos para verificarlos (y, con lo escépticos y competitivos que son por naturaleza, si descubren que no se sostienen, les faltará tiempo para anunciarlo).

Los resultados científicos son siempre provisionales, susceptibles de quedar anulados por algún experimento u observación futuros. Los científicos rara vez proclaman verdades o certezas absolutas. La incertidumbre es inevitable en la vanguardia del conocimiento.

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