La etimología de la palabra DIOS.

Recopilación Juan Orlando Orrego Sevilla

La palabra Dios procede del latín deus, sin más, constituyendo una excepción de palabra que procede de un nominativo y no de un acusativo, como el habitual, debido a que a Dios se le invocaba con el nominativo. Y el latín deus, no procede en absoluto del griego Zeus. Lo único que sucede es que ambas palabras derivan de una raíz indoeuropea común *dyeu-/*dyu-, que significa “luz diurna”, variante de la raíz indoeuropea *deiw- (brillo, luz). Y en efecto la palabra latina “deus“, así como su variante “divus” (que están ambas en la base de nuestro término “Dios”), significan “ser de luz”, pues así eran entendidos los dioses en los orígenes, como seres hechos de la materia de la luz y nimbados de ella. Lo que sucede es que el nombre Zeus (*Dyeus) tiene el mismo origen indoeuropeo. Este origen, también está en la base del nombre Júpiter (en genitivo “Iovis“, procedente de “Dyeuis“), sólo que en el nominativo se le invocaba como padre (en indoeuropeo pitar /piter), así Dyu-piter. Téngase en cuenta que tanto Zeus como Júpiter (dioses equivalentes del panteón indoeuropeo) representan al dios del Cielo y los fenómenos atmosféricos, asociado al rayo, al relámpago y a la luz. Los romanos no tomaron en general a sus dioses de los griegos, sino que hay una coincidencia porque estos son los principales dioses del panteón indoeuropeo primitivo, que ambos pueblos, griegos y romanos heredan. Sólo a partir del s. IV a.C. algunos dioses griegos como Apolo o Dioniso-Baco son tomados por los romanos, pero no es el caso de Zeus: el Júpiter romano es tan antiguo como Zeus, y con el contacto cultural sólo se identificaron.


El cristianismo primitivo odiaba profundamente la religión pagana y hubiera considerado un absoluto sacrilegio nombrar a su dios con el nombre propio de ninguno de los dioses clásicos. Lo que sí utilizan es el latín en la parte occidental del imperio romano, en que un dios como nombre común se dice deus o divus, de donde Dios. En el imperio oriental se hablaba en parte griego, y allí se utilizó la palabra que en griego es nombre común para los dioses, que es θεός (“theos”, dios), palabra que siguen utilizando los cristianos griegos actuales, que nos ha dado vocablos como ateo, teocentrismo y teísta, y que no tiene nada que ver con la latina deus, pues viene de una raíz indoeuropea diferente *dhēs– vinculada a los conceptos religiosos o lo sagrado.


La evolución fonética de nuestra palabra Dios fue la siguiente. En deus la u breve se abre a o, y el diptongo generado por un proceso de disimilación que sucede siempre en los grupos vocálicos compuestos por vocales fuertes o medias, hizo pasar la e a i (vocal débil y cerrada), como en vinea > vinia (que finalmente dio viña). Por otro lado evoluciona la palabra divus, que también significaba dios, confluyendo en una forma idéntica: la v intervocálica cae, desaparece regularmente, como en lixiva> lejía, y la u breve pasa a o. Y tenemos en lengua vulgar romance la palabra Dios, que escribimos con mayúscula porque la religión dominante es monoteísta y sólo se concibe uno, pero que en latín escribimos con minúscula puesto que es nombre común y la religión romana tiene muchos dioses. Esta evolución que hace pasar la e latina de deus a una i se dio en castellano, en francés (Dieu) y en italiano (Dio), pero no se produjo en catalán (Déu), ni en portugués (Deus), otras lenguas hijas del latín que han mantenido perfectamente la e latina originaria.


Por otro lado las palabras latinas deus y divus se originan ambas en una forma común del latín arcaico perfectamente atestiguada en la epigrafía de las dedicaciones a los dioses desde el s. V a.C., que es deivos (dios), ampliamente testimoniada en diversas inscripciones como por ejemplo la inscripción de Dueno C.I.L. I, 3, o la C.I.L. 1, 4, que reza en latín arcaico: “… iuvesat deivos quoi med mitat…” (jura por los dioses que me envía…). De la misma manera tenemos atestiguada en estas épocas la forma femenina deiva (diosa) que genera en clásico los vocablos dea y diva, en diversas inscripciones como la C.I.L. I, 632 que dice “sei deivae et deinde persaepe sacrum” (sea este rito consagrado a la diosa también luego con frecuencia). Y también una muy interesante, la C.I.L. VI, 96, que muestra ya una de las evoluciones de la palabra: el acusativo plural devas, ya con reducción de i, que con la posterior caída regular de la v intervocalica, nos daría la forma deas. En efecto deivos y deiva presentan dos evoluciones: una más cultista que monoptongó el diptongo ei en i larga manteniendo v, y generando divus y diva, y otra que redujo el segundo elemento del diptongo, manteniendo la e, y haciendo caer la v entre vocales de cercano grado de apertura (devos>deos>deus y deva>dea).


Todas estas formas se basan en un vocablo indoeuropeo *deiwos que el latín asume en paralelismo con el antiguo indio y sánscrito dēváh, o por ejemplo el lituano devas o el céltico devos, lenguas que de manera muy diferente a como sucedió en el griego, han tomado la raíz indoeuropea en grado e en la primera sílaba *deyw-. El griego en cambio forma su nombre propio Zeus con la raíz indoeuropea grado cero en la primera sílaba y grado pleno en la segunda *dyew, y como es habitual en griego la yod asibiló la dental produciendo una silbante sonora Z, es decir, se origina en otra variante del radical indoeuropeo que vemos clara en el genitivo “diós” que mantuvo el grupo sin asibilar debido al cambio acentual. Esta variante en grado cero el latín sólo la empleó en el nombre propio Iupiter, de Ious-piter y originariamente *dyous-piter, en que el latín asimila la d a la yod consonantizada y la hace caer, como también es cambio fonético habitual en el latín y no en el griego.


Y en efecto esta raíz indoeuropea de variantes *deyw-/ *dyew- hace referencia a la luz diurna y el brillo de la luz que en el fondo mental indoeuropeo se atribuye a los dioses, y nos proporciona también en latín el vocablo dies (día, parte luminosa del día caracterizada por la luz solar y opuesto a noche) y el nombre de la diosa Diana. Desde el griego en cambio llega al latín en nombre Dióscuros, con que se conoce a Cástor y Pólux, que en Roma reciben culto como dioses protectores de la caballería. En griego da también el vocablo δῆλος (“delos”, brillante, visible, patente), que da lugar al nombre propio de la isla griega de Delos, al epíteto Delio que los griegos antiguos daban al dios Apolo, y a algún neologismo moderno de base griega como la palabra psicodélico (relativo a la manifestación visible de elementos psíquicos ocultos, relativo a la estimulación intensa de potencias psíquicas para que se manifiesten en formas visibles).

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